Subiendo por la carretera que viene del desierto hacia Fez, Youssef da un golpe de volante y nos sorprende con la parada delante de una vieja y enorme kasbah. Las kasbahs son fortificaciones cuadradas típicas de la arquitectura tradicional del sur de Marruecos.
Normalmente eran habitadas por una familia poderosa y algunas datan de más de un siglo de existencia. Se diferencian de los Ksur porque estos albergaban varias casas a modo de pueblo fortificado. Muchas veces se utiliza kasbah para denominar a ambos erróneamente.
Así que bajamos a dar un paseo y hacer algunas fotos. Los torreones en sus cuatro esquinas aún se mantienen imponentes. Me acerco y toco el barro caliente de sus paredes con las manos. Me gusta su textura rasposa. Miro hacia arriba. Son realmente muy altos.
Los alrededores
Después me alejo a inspeccionar por el caminito circundante. Va al antiguo pueblo por el que se acerca un hombre subido a un burro. Van bastante rápidos. Pasan por delante de mí sin mirarme, trotando.
En la parte de atrás, al otro lado del muro de piedra que delimita el camino, empieza el oasis. Crece exuberante detrás de la kasbah. Se oyen los pájaros mientras la brisa del aire remueve las hojas de las palmeras. Me encanta este ruido tan relajante. Parece que allí empieza el edén. Miro a la derecha, donde queda el pueblo. Hay muchas paredes derruidas. Y es que más allá, al otro lado de la carretera, han construido nuevas casas de cemento, que durarán más, pero serán más calurosas. Me iría a explorar el pueblito, pero queda demasiado lejos.
Grabo con el móvil un par de panorámicas y hago algunas fotos. Cuando vuelvo sobre mis pasos suena la convocatoria a plegaria del muecín desde la mezquita del pueblo. Su canto en el aire tórrido en medio de este paisaje tan inhóspito y bello, convierte el momento en sagrado para mí. Siempre me produce la misma sensación. Es una llamada a la conciencia del ahora que me asombra y deleita cada vez que la oigo. Me quedo parada mientras dura. Disfrutando.
Al volver veo la puerta de la kasbah semi-abierta. ¿Qué habrá? Se lo muestro a Youssef con cara de interrogación. El hombre del burro está trabajando en la esplanada delantera. Recoge los montones de trigo secándose al sol que en algún otro momento habrá cortado. Le preguntamos si podemos entrar y asiente con la cabeza. Así que atravesamos los gruesos muros adentrándonos en la penumbra.
Explorando la Kasbah
Hemos entrado en una oscura pieza rectangular repleta de sacos de grano, balas de paja y alguna herramienta para el arado. El techo es algo bajo. Enfrente, hay un pequeño portal de madera por el que pasar agachados. Pasamos la abertura sin dudar para explorar un poco más. Me encanta esta sensación.
El paso da a otra estancia más grande con un agujero en medio del techumbre de caña por el que se cola un haz de luz del exterior. Hace un efecto bonito. Por allí no se llega a ver más que un trozo del muro y el cielo azul. Bajo la vista de nuevo para mirar a mi alrededor. Todo está lleno de manojos de paja y algunas telas de araña. El aire es caliente y polvoriento. Sorprendida, me doy cuenta de que en una esquina está el pequeño burrito. Cual figura inmóvil y en silencio, espera resguardado en la sombra fantasmagórica mientras su propietario trabaja fuera, al sol que arrecia.
No podemos ir más allá. La siguiente puerta está tapiada. Se cayó parte de la pared posterior quizás por falta de mantenimiento. Y es que la kasbah está abandonada. Es una pena que se esté perdiendo esta parte del patrimonio que son las kasbahs de Marruecos. Acondicionarlas cada vez es más caro si no están bien conservadas. Por suerte, muchas de las que sí lo estaban se han reconvertido en magníficos hoteles. Es muy buena opción alojarse en ellos.
Volveremos
Al salir, conversamos un poco más con aquel hombre. Nos dice que la kasbah se llama Ifri. Lleva el mismo nombre de la cueva que se observa al otro lado de la carretera. Se ve su entrada a lo alto, en la pared rocosa de las montañas que la protegen. Otrora había vivido algún morabito.
El sol cae con fuerza y nos quedan aún horas para llegar a Tánger. Así que subimos al coche, encantados de haber descubierto por dentro ese lugar. Los viajes son siempre así, si uno se deja llevar por el momento. Siempre hay mil oportunidades que vivir y nunca hay un viaje igual. Volveremos a pararnos otra vez para visitar el oasis y el pueblo abandonado. «Insha’Allah».
Si te gustaría venir con nosotros para descubrir más kasbahs de Marruecos, lee más sobre el Tour al gran sur aquí y escríbenos. Estaremos gustosos de recibirte!